
Los principios del asociacionismo empresarial y profesional
En España hay entre 5 y 6 mil asociaciones de carácter empresarial y profesional. Resultado en gran parte de la consolidación de la democracia en España y de su integración en la Unión Europea.
Son organizaciones independientes, normalmente sin ánimo de lucro, sin propietarios individuales, pero generadoras de negocio, y que reúnen personas jurídicas o físicas que buscan lograr un fin común, no atendiendo a beneficios personales.
Desde el ámbito sectorial o desde el ámbito territorial su actividad es pública. Y aunque se rigen por sus propias normas y procedimientos (estatutos, reglamentos, etc.) dentro de un marco legal y de gestión profesional, suelen contribuir al bienestar general de sus miembros y por ende de la sociedad. Pudiendo ser incluso declaradas de interés público.
Para ello su estrategia puede estar determinada, por un lado, por la lógica de la afiliación de las necesidades de sus miembros a las que hay que dar respuesta. Por otro lado, por la lógica de la influencia que buscan ejercer en determinados ámbitos; por ejemplo, el económico, por la orientación al mercado o cadena de valor donde operan, o el sociopolítico, por el marco regulatorio sectorial en el que se encuadran (legal, laboral, fiscal, social, medioambiental, gobernanza, etc.)
Esta estrategia determina la estructura orgánica de las asociaciones, su funcionamiento y las actividades que llevan a cabo. Por ejemplo, la comunicación interna y externa, la información, la formación, las relaciones institucionales, la innovación, la regulación, etc. Y cómo no, también influye en el perfil -en el cuerpo y alma- de su estructura operativa: los ejecutivos que las dirigen y sus equipos.
El efecto multiplicador de la cooperación
Las asociaciones, en el caso de las empresariales, han evolucionado en su razón de ser. En un principio muy marcadas por un carácter reactivo frente a la regulación de la organización del trabajo y los trabajadores, y la necesidad concreta de negociar los convenios con los sindicatos.
En la actualidad son algo más: un modelo de cooperación y colaboración para dar respuestas agrupadas a los desafíos, oportunidades y amenazas de un colectivo. Donde sus socios o miembros aportan de manera individual para recibir de manera plural, multiplicando su valor. Por eso conseguir la máxima representatividad debe ser uno de sus principales objetivos de una asociación.
La esencia de las asociaciones, pilares a veces poco reconocidos de la organización de la sociedad civil, son las personas y la participación. Colaboración que debe estar basada en un funcionamiento democrático y por consenso, en valores, compromiso, transparencia, respeto… Y con la suficiente autonomía y recursos humanos y materiales para lograr sus fines, para vertebrar y canalizar sus intereses de forma independiente.
Falta de valoración y reconocimiento de su labor
El mundo asociativo y las personas que trabajan en él son a veces unos grandes desconocidos, resultando en una falta de valoración y reconocimiento por parte de la sociedad.
A parte de por desconocimiento, hay otros motivos que pueden llevar a esta minusvaloración.
Algunos son intrínsecos como la falta de profesionalización y formación, la dependencia excesiva de las subvenciones públicas para su funcionamiento, la falta de valoración de sus miembros menos participativos y más reactivos al cambio o al bien común -o simplemente más exigentes, la rivalidad o el conflicto de intereses entre aquéllos, etc.
Y otros motivos son extrínsecos, por la tendencia de algunas sociedades por el asociacionismo, el paternalismo, la desconfianza sobre los entornos donde juega la influencia e interés, la falta de independencia política, etc.
Y es que hasta podemos encontrar personas dentro del mundo asociativo que por las circunstancias que sean se encuentran en posiciones de liderazgo a pesar de su pobre sentido de pertenencia o del bien común. Afortunadamente es la excepción que confirma la regla. Pero hay que estar atentos porque si los valores no son los que buscan a los líderes, éstos los corrompen poniendo en peligro los principios que deben conformar la identidad de la asociación.
Estrategia, identidad, razón de ser y valores
Uno de los objetivos estratégicos principales de una asociación debe ser el asegurar la viabilidad del negocio o profesión que representa y su competitividad en el mercado, ya sea cambiando o perfeccionando a sus miembros para que se adapten mejor al mismo, ya sea influyendo en las dinámicas del propio mercado.
De ahí la importancia de realizar un análisis del entorno, de sus oportunidades y amenazas, confrontándolo con la propia identidad de la organización. Es decir, su estructura sectorial, la relación entre oferta y demanda, la tecnología disponible, la capacidad de innovación, los problemas del sector, las barreras de entrada, debilidades y fortalezas frente a la competencia, rivalidad interna, capacidad de negociación, etc., etc.
A partir de su posicionamiento estratégico la asociación adquiere identidad propia, se diferencia, establece su razón de ser, sus valores y principios, en definitiva, su misión y su visión.
Por un lado, dicha identidad le convierte en el interlocutor de referencia, la voz y la defensa ante las partes interesadas o grupos de interés que tienen relación con la misión y la visión. Como por ejemplo los proveedores, los clientes, los competidores, las administraciones, la sociedad, los medios de comunicación, etc. Contar con una buena representatividad es clave para legitimar a la organización y conseguir el reconocimiento de los públicos.
Por otro lado, la asociación también se debe significar y aportar valor a sus socios y la sociedad a través de actividades o proyectos especializados que se descuelguen de su plan estratégico. Destacándose como fuente de información externa e interna asequible y útil para la toma de decisiones, de formación técnica especializada, de promoción de buenas prácticas y legislaciones sectoriales, de desarrollo de negocio, de innovación, etc.
La comunicación interna debe tener un peso tan importante como la externa, pues es la llave que pone en marcha la actividad y las decisiones dentro de la organización. Fomentar la participación fideliza a los socios, genera el sentido de pertenencia, el trato personalizado (persona a persona), la involucración en actividades y momentos clave, potencia el lado emocional, y la ilusión.
NOTA: Este artículo está inspirado en el libro “El poder de las asociaciones”, editado por Universo de Letras, y escrito por Pablo Serrano Cobos y Valérie Guillotte.

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